De Tripas Corazón

Me he puesto de límite hoy, ni un minuto más allá de este Siete de Septiembre para este duelo que ha sido quizás menos lágrimógeno de lo que se esperaba, pero con creces más doloroso que cualquier otro hasta la fecha.
Supongo que tengo el resto de mi vida para echarte de menos, y dado que soy de esas personas de o todo o nada, haré de tripas corazón y dejaré de alargar este momento. Te diré adiós, porque aquel último beso me dejó con más ganas de quitarte la ropa que de odiarte, pero hay cosas que, sencillamente, no pueden ser.


(53 años más tarde)

-Recuerdo que estaba medio tirado en el sofá, llevaba puestos sus vaqueros Levi's con corte de bota, uno de sus polos blancos, creo que de Levi's también, y las Convers que le regalé. Me viene a la cabeza la imagen de sus ojos hinchados detrás de las gafas que yo misma le ayudé a elegir. Las cogió en segunda opción, las primeras fueron un auténtico coup de coeur, como el que tuve yo con él, y fuimos a Champs Elisees porque ya no podía soportar las lentillas, las otras gafas se las rompí una de esas mañanas en las que jugábamos a hacernos cosquillas.
Estaba inmóvil, con una lata de Coca-Cola en la izquierda y un mechero en la derecha, como impactado por una honda brutal. Respiraba profundo, deduje que intentaba asimilar, y poco después él mismo me lo confirmó.
Yo estaba también sentada, pero en la silla que está al lado de la puerta, la espalda curvada, con el peso tanto de mi cuerpo como el de mi decisión sobre mis rodillas. Nos encontrábamos uno cerca del otro, como a dos metros, ya habíamos estado así, pero aquella vez era realmente la última... Ahora me duele tanto la cabeza que no recuerdo bien si habló él primero o lo hice yo, sólo sé que él buscaba un motivo para odiarme y que yo le dí las gracias y le pedí perdón por los daños ocasionados, por las lágrimas que le hice derramar, por las veces que no estuve a la altura, por la promesa que iba a romper, por saltar del barco que aún intentábamos reparar, pero recuerdo sentir que era tarde, que nos estábamos ahogando ya, que por separado sí, pero juntos no saldríamos a flote. Y ya me odié yo más de lo que él lo pueda llegar a hacer nunca.
Me levanté y salí del salón. Tiré la toalla. Me guarecí en una habitación concebida para dos, me acosté en la cama y me vi terriblemente sola, demasiado espacio vacío, supe que nunca más me arroparía su cuerpo, me recosté en su lado de la cama en un último esfuerzo desesperado por no perder su calor, en vano, cada vez sentía más frío, se hacía más y más gélida la brisa de mi desierto. Supongo que en esas situaciones las cosas siempre toman valores distintos, connotaciones tristes, y nos dan ganas de abrazarnos a todo como si algo por dentro nos dijera "admíralo, mañana no existirá más" y contuve el llanto hasta que consideré que ya se habría marchado de la casa, y sólo entonces me permití gritar que a mi también me dolía, que no me daba igual, que no pasé de todo. Entonces abrió la puerta me miró y no pude esconderme en ningún sitio a pesar de lo insignificante que me sentía después de todo lo que acabada de perder. Me habló de que nada era irremediable, de que debía haber alguna solución, una opción extra para los que se quieren. Yo tenía la mirada posada en aquella pantalla de televisión en la que tantas películas empezamos a ver (y qué pocas terminamos). Nunca se me olvidará aquella vez que cogió la moto y se fue a buscar palomitas porque sabía que para mí una peli sin ellas es como un tiramisú sin marcarpone, y como ésa cientas, jamás escatimó en consentirme, se hacía querer, y le quise.
Recuerdo muy bien que él me enseñó Montmartre, allí empezó todo puede ser. Me puse aquel vestido para él, nos veíamos tan bien en su Vespa que ese mismo día decidí que quería pasar con él el sueño de una noche verano, y lo que viniera después, y entre nubes de algodón pasamos otros dos años más, queriéndonos con locura.
En los días que siguieron nos vimos poco, en cambio lloramos con desesperación cada uno por su lado. Las horas se hacían eternas, monotemáticas, sólo él en mi cabeza, sus palabras, su perfume aún en mi ropa intentando hacerme entrar en razón, y lo curioso es que lo más razonable era no dar marcha atrás, y no sé ni de dónde saqué la fuerza, cada día más flaca, puro hueso me hice, dejé de acicalarme el cabello, "echa un guiñapo" (que diría mi madre), hasta me dieron una semana de vacaciones de la pena que daba, que tenía peor aspecto que nunca me llegó a decir Pierre Louis, que así no podía seguir...
Poco a poco pasé de la angustia de los primeros días, a las obligaciónes que yo misma me impuse con tal de salir adelante, "ni un minuto sola" me dije, me prohibí mirar nuestras viejas fotos, cuadernos de viajes o cualquier otra imagen suya o nuestra. Todo lo contrario de una terapia de choque, una terapia de evasión. Pensé que sería la única manera de salir adelante, y aqui estoy, al menos no morí en el intento (que ya es bastante), y aunque aqui, en el pecho, llevo la espina, aún respiro, veo las cosas desde otra perspectiva, y la misma que se arrodilló ante su parte del armario y hundió la cabeza entre su ropa justo antes de irse, ahora llora pero no de dolor, ni llena de dudas, si no con nostalgia, porque todo pasa y todo queda, y hacemos camino al andar.

Ce n'est qu'une larme, juste un reste du passé
Dont je m'éloigne, mais qui ne cesse de me hanter
Ce n'est qu'une larme, qui entaille mes pensées
Je retrouve mon âme, ton regard me donne envie d'avancer.