Capítulo I (o Inicio del Delirio)



¿Pero qué puedo perder?
¿¿La vida??

(Casi prefiero que me sea retirada con la mano en el corazón un buen día de verano
antes que de vejez, un frío día de invierno)

¿De dónde proviene el agua con gas natural?

El agua carbonatada, conocida también como soda, es agua sin saborizantes que contiene ácido carbónico (H2CO3) que, al ser inestable, se descompone fácilmente en agua y dióxido de carbono (CO2), el cual sale en forma de burbujas cuando la bebida se despresuriza. Cuando contiene un mayor contenido de minerales, por provenir de deshielo se la denomina agua mineral gasificada; si obtiene los minerales artificialmente se la denomina agua gasificada artificialmente mineralizada. Históricamente, las primeras aguas carbonatadas se preparaban añadiendo bicarbonato de sodio a la limonada. Una reacción química entre el bicarbonato de sodio y el ácido cítrico del limón produce dióxido de carbono.


Lo que no está escrito en la Wikipedia es cómo, en cuestión de horas, has conseguido robarme el corazón, llevándotelo contigo a un remoto país llamado Costa de Marfil, ni más ni menos que a desactivar minas antipersona.
Ésto no hay quien me lo explique, ni tengo palabras suficientes para hacer que los demás lo entiendan, pues ni yo misma acabo de asimilar la situación...
Él me habla de destino... yo creo que me he vuelto loca.








- No estás loca, pero prepárate, estas cosas son de las que van para largo (Me ha dicho tranquila y serena al poco de que España recibiera el primer y último gol por parte de Chile, lo cual me da ganas y fuerzas para esperar... o para ir a buscarte en caso de que la impaciencia pueda conmigo)
Antes de entrar en la sala le vendaron los ojos, probablemente para no correr riesgos. Un suave lazo le impedía situarse, saber hacia dónde debía dirigirse en caso de querer dar por terminada antes de tiempo aquello que llamaban "Terapia a Ciegas".
Si le preguntaran por qué llegó hasta allí, a un lugar que a simple vista cualquiera calificaría de "desesperados", a uno de esos lugares a los que la gente que se hace pasar por "normal" no va, seguramente Miriam pensaría que era una de esas preguntas demasiado largas de responder para alguien que muy probablemente no esté dispuesto a querer entender la respuesta. Y si ella estaba allí es porque ya no le quedaba nada que perder, y puede que a las malas sacara algo en claro, aunque sólo fuera el hecho de que aquello no había valido para nada.
Estaba sentada en lo que parecía una vieja silla de madera. Las manos libres, marcharse o no era algo que dependía sólo de ella. No había ido para ser castigada, ni juzgada, si no para ser libre.
A pesar del secretismo, no estaba asustada. No sentía miedo. De éso estaba segura. Quizás tenía dudas, pero miedo no. Su respiración era tranquila. Se dijo que ya había pasado por cosas peores, cosas que la aterrorizaron, y que ésto, al fin y al cabo, no sería para tanto. Lo mismo hasta salía riendo de aquel lugar
Al estar en ese estado de ceguera pasajera, el resto de sus sentidos se dilataron, como ya lo hicieron una vez por simple supervivencia, como lo hacemos todos cuando algo nos dice que el peligro en cualquiera de sus multiples formas merodea a nuestro alrededor, que no lo vemos, pero lo olemos, lo intuimos, lo presentimos, y hacemos del "ver para creer" algo pueril y de poca ayuda.
En cualquier caso no había hecho caso del anuncio para ver nada ni a nadie, lo que le quedó aún más claro cuando de nuevo unas manos rápidas, acostumbradas, le apretaron un poco más la venda, sin llegar a hacerle daño, sólo haciendo aún más negra la oscuridad.

- ¿Estás lista? (le dijo en forma de susurro una voz de mujer)
- Sí, sin duda.
- Bien, cuando quieras (Miriam fue capaz de dislumbrar una sonrisa que la apoyaba, dándole ánimos, como si aquella voz ya hubiera estado antes en esa misma silla).

A pesar de su aplomo y seguridad, dejó pasar varios minutos antes de volver a emitir sonido alguno. De pronto, de sus labios finos emanó una inesperada inquietud, sonrieron tímidos.

- Estoy aqui porque no tengo nada que decir.

Esperó a que aquella voz tranquila la interrumpiera. Esperaba un reproche, una burla irónica, pero ninguna voz se pronunció, lo que le dio ganas de retomar la palabra.

- Es verdad, puede que le sorprenda pero le aseguro que estoy aqui porque no tengo nada que decir. La calma y el sosiego han entrado en mí a fuerza de haberles llamado a gritos, creyendo que era lo que necesitaba, y ahora no lo soporto, no sé qué papel juego en mi propia vida...

Miriam hizo una pausa, pero pronto entendió que una vez más nadie hablaría. Lo que no se imaginaba es que había casi una decena de hombres y mujeres alrededor de ella, en su misma situación, con vendas similares, con la única diferencia de que ellos, al oir su voz, supieron que no estaban solos en su locura mucho antes que ella, pero ninguno de entre ellos sería capaz de calcular cuántos timbres de voz distintos llegarían a escuchar. Alguno se sintió aliviado por el hecho de no ser el primero, debió haber también quién no esperara compañía en aquel lugar remoto. Al parecer no estaban tan solos como podían haber imaginado en un principio.
Miriam prosiguió, esta vez con más ganas.

- Creía que quería paz, que la necesitaba. La busqué, durante meses la deseé con todas mis fuerzas... y ahora que siento que impregna todo, cosa que debería hacerme sentir satisfecha, me desagrada. Me ha dejado sin fuerzas. No sé si es que he recibido una dosis demasiado alta o si es mi cuerpo el que tiene intolerancia a la tranquilidad...

Fue al oir el rechino de maderas, seguramente por parte de aquellos a los que les empezaba a molestar la incomodidad de sus asientos, removiéndose, cuando se dio cuenta de que no estaba sola, aunque ésto no le impidió proseguir.

- Supongo que he venido porque hay algo en mí que no consigo entender... Tengo el corazón latiéndome a un ritmo que considero demasiado lento. Y no es el amor lo que me falta, éso es algo que he decidido que no quiero, al menos no ahora. No tendría sentido enamorarse, en cualquier caso no en estas circunstancias. ¿Se imaginan? ¿A mi edad?

Se ajustó la venda. Empezaba a darle calor, a resbalarse. Quizás según se iba sincerando le iban entrando los nervios. Inspiró profundamente, tras lo que retomó su discurso.

-Dígame. Díganme. Yo sólo quiero saber, y me ire... pero respóndanme ¿Qué sentido tiene esta impaciencia?. ¿Es un juego? ¿Una lucha? ¿Una prueba?. ¿Un desafío? ¿Un reto? ¿Una incoherencia? ¿Algo que echo en falta? ¿Un sueño? ¿Un develo quizás?

El peso de la corona


A menudo es aquel que se autoproclama "Salvador de Almas" el que lleva al resto al mismísimo infierno, tras lo cual acostumbra a decir: vosotros lo quisisteis. Es entonces cuando la empatía se convierte en decepción, y una vez puesta en duda la credibilidad lo único que queda que esperar es la revolución de la mano de aquellos que, hartos de laisser faire, gritan: ¡Basta!





(No le den grandes fortunas al pobre, ni autoridad al insensato)




Sigue llenando este minuto
de razones para respirar
no me complazcas... no te niegues

no hables por hablar.



Y así yo conseguiré saber quién soy, a dónde voy, por qué y cuándo. Y valoraré cada instante, y saborearé el aire, y seré capaz de caminar sobre las ascuas... sabiendo que tú me esperas.



Dicen por ahí que el corazón tiene razones que la razón no entiende


Ayer hice algo que sé que para la gran mayoría no tiene cabida, algo que, según vosotros, no debería ni habérseme pasado por la cabeza... Hablo de una de esas cosas que te nacen de dentro, de aquellas en las que no paras de pensar hasta que no las conviertes en reales, de las que no importa cuántas veces me digan "No Patri, no, no lo hagas", de las que sé que si no hago me arrepentiré no un tiempo indeterminado, si no una eternidad.

No es que no lo haya podido evitar, es que no he querido. Es más: creo que era la única manera de devolverme la sonrisa tras el desagradable "incidente" del jueves pasado, una solución como otra cualquiera, una de las que me permiten mirar hacia otro lado sin necesidad de borrar lo sucedido (que de todo se aprende), como una terapia post-trauma.
Para seros completamente sincera os diré que no me lo pensé ni un instante, y a los que intentaron aconsejarme les puse esa sonrisa picarona de "dime lo que quieras, haré lo que me plazca", y se han rendido sin remedio porque saben que cuando una cosa se me mete en la cabeza, no hay más que esperar las consecuencias.
Sé que ha sido con vuestras mejores intenciones, pero a veces hay que diferenciar entre "consejos" y "pautas de vida", y sin duda os escucho, pero si hay algo que deseo de esta vida es que sea mía, lo cual me da el derecho de no haceros caso en algunas ocasiones, porque seguramente vosotros ya lo habréis vivido, pero si no me ocurre a mí nunca sabré realmente porqué no lo hice, si por vuestra capacidad de convicción o porque de verdad creía que era lo mejor para mí, y no hay cosa que me torture más que quedarme con la duda.
El caso es que entré en esos grances almacenes tan chic de Paris, directa, como si me conociera la superficie palmo a palmo (que no es el caso). Y os aseguro que iba tan decidida que sentía que nada ni nadie me podría parar, con un indescriptible subidón de confianza en mí misma que me acabó llevando ni más ni menos que al punto exacto en el que quería estar.
Eché un vistazo a la vitrina. Estaba allí por él, sólo por él. Ningún otro podría darme lo que él me da: un cierto destello cuando el Rey Sol habla, el misterio que me falta cuando me confieso ante la Luna. Es él quien me estresa con ráfagas de prisa, el que me hace suspirar ante la calma de lo que nunca llega, aquel que me dice "éste es tu momento", el que me recuerda que ya no son tiempos de decir "te quiero"... Es la seguridad, la fuerza y la confianza que me da cuando no hay nadie más que pueda decime "aún hay tiempo". Es por él y por su obsesión de recordarme el pasado que he seguido adelante. Y con él, sólo con él, veré países y amaneceres, cielos y tormentas, risas y besos.
Así que me puse a prueba, desvié la vista. Me sentí infiel.

- Buenos días mademoiselle, ¿le puedo ayudar?.
-Sí, la verdad es que sí. ¿Podría probarme ése por favor?.
- Claro, es el último modelo, seguro que ha visto la publicidad...
-Sí (le he confesé con cierta vergüenza). Soy la "s".

El dependiente, un tanto confuso ante mi determinación, me puso entonces el brazalete alrededor de la muñeca, y al hacer "click" me miró esperando mi aprobación. Yo me lo quité casi al instante, como si sólo el hecho de habérmelo probado hiciera de mi una persona al filo de una traición.

-¿No le gusta? (me preguntó sorprendido).
-Sí, es muy bonito, pero no lo siento.

Su desconcierto iba cada vez a más. Me miraba con cara de incomprensión, sus ojos negros me disparaban preguntas sin necesitad de hablar.

-Ya le digo, es muy bonito, pero no me causa nada. En realidad el que he venido a buscar es ése otro.
-Éste mismo lo tengo con la esfera negra, quizás le guste más... el otro es más... más... clásico.
-No se moleste, de verdad, quiero el otro. Yo también soy muy clásica...

Ante mi insistencia, sacó el antiguo modelo, y lo ab rió cuidadosamente con el fin de que me lo probara. Sonreí, sincera, campechana, con nervios, con alivio.

-No hace falta, éste ya sé cómo me queda.
-No importa, pruébeselo de todas formas, parece que es importante para usted, ¡como si hubieran tenido una historia juntos!
- Si usted supiera... (pensé)

Y me sentí como aquella novata del matrimonio que se prueba su alianza de compromiso, cosa que tampoco he hecho nunca, pero no puedo negar que fue mágico (por lo que simboliza) y triste a la vez ( por lo que implícitamente dejaba atrás, por lo que rechazaba voluntariamente al comprarlo).

El dependiente acabó olvidando su protocolo de manual, cada vez más interesado en la historia de esta chica de unos veintitantos, en jeans, sin maquillar y con un moño piscinero recogiéndole el pelo. Me imagino que se preguntaría porqué ése, y no otro, ningun otro, y terminó confesándome que me brillaban los ojos, que nunca había visto tanta emoción en alguien que va a comprar un simple reloj...

-Es que no es cualquier reloj... (le dije)
-¿Se le ha caído? Puede que consigamos repararlo.

Dada la circunstancia, volví a sonreir, ésta vez con resignación, pues no sabía muy bien cómo podía explicarle que no se me había caído, si no que más bien, tras un pique-nique a orillas del Sena, un tipo salido de la nada me plantó su asquerosa boca en la mía y que, tras mi gesto de "¡Ei! ¡¡pero cómo te atreves!!", plantó sin reparo alguno su mano sobre mi lado izquierdo de la cara, rompiéndome incluso el labio, y no contento todavía me derramó su vaso de whisky sobre el rostro, supongo que para dejarme bien claro que no se me ocurriera volver a tocarle (sí, la situación fue un tanto paradójica, cosas que pasan). De habérselo contado tendría que haberle dicho también que, el caballeroso individuo en cuestión, al intentar contener mis patadas y mis golpes, me agarró por la muñeca con tanta delicadeza que quebró el broche de reloj, haciendo que éste se estrellara sin remedio contra el empedrado. Me pareció demasiada información, ya no sólo porque no le conociera, si no porque pensé que alguien que intenta venderme un reloj calificando a estos objetos de simples cuando creo que son una de las cosas que más dicen sobre las personas que los llevan, no podría entenderlo.

-Sí, se me ha caído, pero no puedo repararlo...
-¿Me permite preguntarle algo?

Y ya sabía yo de antemano en lo qué se basaba tanta curiosidad.Di por hecho que en algún momento dado la relación vendedor-cliente se acabaría evaporando, que no resistiría sin preguntarme por qué me importaba tanto aquel reloj, de dónde había salido, de quién provenía... es lo mismo que se preguntan los que me conocen, aunque al tener más información sobre mí lo aplican de otra manera más concreta. Se lo preguntan aquellos que me quieren, aquellos que tienen miedo a que comprarme el mismo reloj que él me regaló sea signo de que no he superado nuestra ruptura, aquellos que se preguntan cómo es posible que sea capaz de dejar mi país sin pensármelo dos veces y que, por el contrario, no haya sido capaz de estar 48 horas sin sentir su peso en mi muñeca, mi pulso contra su acero, mi historia a través de sus minutos. Y si no le pude responder a él, mucho menos a vosotros. Lo que no deja de ser extraño es que, ahora que tengo uno a mi izquierda y otro a mi derecha, el Tiempo se ha hecho mucho más tangible. Y hasta puede que me haya pasado como decía la publicidad: que el objeto acaba dominando al poseedor, o quizás (otra idea mucho menos televisiva pero posiblemente igual de cierta) que sea lo único que, a día de hoy, me tiene enamorada.


*(Por su pasado. Por su presente. Por nuestro futuro... Larga vida a esta bella maquinaria suiza)