Dicen por ahí que el corazón tiene razones que la razón no entiende


Ayer hice algo que sé que para la gran mayoría no tiene cabida, algo que, según vosotros, no debería ni habérseme pasado por la cabeza... Hablo de una de esas cosas que te nacen de dentro, de aquellas en las que no paras de pensar hasta que no las conviertes en reales, de las que no importa cuántas veces me digan "No Patri, no, no lo hagas", de las que sé que si no hago me arrepentiré no un tiempo indeterminado, si no una eternidad.

No es que no lo haya podido evitar, es que no he querido. Es más: creo que era la única manera de devolverme la sonrisa tras el desagradable "incidente" del jueves pasado, una solución como otra cualquiera, una de las que me permiten mirar hacia otro lado sin necesidad de borrar lo sucedido (que de todo se aprende), como una terapia post-trauma.
Para seros completamente sincera os diré que no me lo pensé ni un instante, y a los que intentaron aconsejarme les puse esa sonrisa picarona de "dime lo que quieras, haré lo que me plazca", y se han rendido sin remedio porque saben que cuando una cosa se me mete en la cabeza, no hay más que esperar las consecuencias.
Sé que ha sido con vuestras mejores intenciones, pero a veces hay que diferenciar entre "consejos" y "pautas de vida", y sin duda os escucho, pero si hay algo que deseo de esta vida es que sea mía, lo cual me da el derecho de no haceros caso en algunas ocasiones, porque seguramente vosotros ya lo habréis vivido, pero si no me ocurre a mí nunca sabré realmente porqué no lo hice, si por vuestra capacidad de convicción o porque de verdad creía que era lo mejor para mí, y no hay cosa que me torture más que quedarme con la duda.
El caso es que entré en esos grances almacenes tan chic de Paris, directa, como si me conociera la superficie palmo a palmo (que no es el caso). Y os aseguro que iba tan decidida que sentía que nada ni nadie me podría parar, con un indescriptible subidón de confianza en mí misma que me acabó llevando ni más ni menos que al punto exacto en el que quería estar.
Eché un vistazo a la vitrina. Estaba allí por él, sólo por él. Ningún otro podría darme lo que él me da: un cierto destello cuando el Rey Sol habla, el misterio que me falta cuando me confieso ante la Luna. Es él quien me estresa con ráfagas de prisa, el que me hace suspirar ante la calma de lo que nunca llega, aquel que me dice "éste es tu momento", el que me recuerda que ya no son tiempos de decir "te quiero"... Es la seguridad, la fuerza y la confianza que me da cuando no hay nadie más que pueda decime "aún hay tiempo". Es por él y por su obsesión de recordarme el pasado que he seguido adelante. Y con él, sólo con él, veré países y amaneceres, cielos y tormentas, risas y besos.
Así que me puse a prueba, desvié la vista. Me sentí infiel.

- Buenos días mademoiselle, ¿le puedo ayudar?.
-Sí, la verdad es que sí. ¿Podría probarme ése por favor?.
- Claro, es el último modelo, seguro que ha visto la publicidad...
-Sí (le he confesé con cierta vergüenza). Soy la "s".

El dependiente, un tanto confuso ante mi determinación, me puso entonces el brazalete alrededor de la muñeca, y al hacer "click" me miró esperando mi aprobación. Yo me lo quité casi al instante, como si sólo el hecho de habérmelo probado hiciera de mi una persona al filo de una traición.

-¿No le gusta? (me preguntó sorprendido).
-Sí, es muy bonito, pero no lo siento.

Su desconcierto iba cada vez a más. Me miraba con cara de incomprensión, sus ojos negros me disparaban preguntas sin necesitad de hablar.

-Ya le digo, es muy bonito, pero no me causa nada. En realidad el que he venido a buscar es ése otro.
-Éste mismo lo tengo con la esfera negra, quizás le guste más... el otro es más... más... clásico.
-No se moleste, de verdad, quiero el otro. Yo también soy muy clásica...

Ante mi insistencia, sacó el antiguo modelo, y lo ab rió cuidadosamente con el fin de que me lo probara. Sonreí, sincera, campechana, con nervios, con alivio.

-No hace falta, éste ya sé cómo me queda.
-No importa, pruébeselo de todas formas, parece que es importante para usted, ¡como si hubieran tenido una historia juntos!
- Si usted supiera... (pensé)

Y me sentí como aquella novata del matrimonio que se prueba su alianza de compromiso, cosa que tampoco he hecho nunca, pero no puedo negar que fue mágico (por lo que simboliza) y triste a la vez ( por lo que implícitamente dejaba atrás, por lo que rechazaba voluntariamente al comprarlo).

El dependiente acabó olvidando su protocolo de manual, cada vez más interesado en la historia de esta chica de unos veintitantos, en jeans, sin maquillar y con un moño piscinero recogiéndole el pelo. Me imagino que se preguntaría porqué ése, y no otro, ningun otro, y terminó confesándome que me brillaban los ojos, que nunca había visto tanta emoción en alguien que va a comprar un simple reloj...

-Es que no es cualquier reloj... (le dije)
-¿Se le ha caído? Puede que consigamos repararlo.

Dada la circunstancia, volví a sonreir, ésta vez con resignación, pues no sabía muy bien cómo podía explicarle que no se me había caído, si no que más bien, tras un pique-nique a orillas del Sena, un tipo salido de la nada me plantó su asquerosa boca en la mía y que, tras mi gesto de "¡Ei! ¡¡pero cómo te atreves!!", plantó sin reparo alguno su mano sobre mi lado izquierdo de la cara, rompiéndome incluso el labio, y no contento todavía me derramó su vaso de whisky sobre el rostro, supongo que para dejarme bien claro que no se me ocurriera volver a tocarle (sí, la situación fue un tanto paradójica, cosas que pasan). De habérselo contado tendría que haberle dicho también que, el caballeroso individuo en cuestión, al intentar contener mis patadas y mis golpes, me agarró por la muñeca con tanta delicadeza que quebró el broche de reloj, haciendo que éste se estrellara sin remedio contra el empedrado. Me pareció demasiada información, ya no sólo porque no le conociera, si no porque pensé que alguien que intenta venderme un reloj calificando a estos objetos de simples cuando creo que son una de las cosas que más dicen sobre las personas que los llevan, no podría entenderlo.

-Sí, se me ha caído, pero no puedo repararlo...
-¿Me permite preguntarle algo?

Y ya sabía yo de antemano en lo qué se basaba tanta curiosidad.Di por hecho que en algún momento dado la relación vendedor-cliente se acabaría evaporando, que no resistiría sin preguntarme por qué me importaba tanto aquel reloj, de dónde había salido, de quién provenía... es lo mismo que se preguntan los que me conocen, aunque al tener más información sobre mí lo aplican de otra manera más concreta. Se lo preguntan aquellos que me quieren, aquellos que tienen miedo a que comprarme el mismo reloj que él me regaló sea signo de que no he superado nuestra ruptura, aquellos que se preguntan cómo es posible que sea capaz de dejar mi país sin pensármelo dos veces y que, por el contrario, no haya sido capaz de estar 48 horas sin sentir su peso en mi muñeca, mi pulso contra su acero, mi historia a través de sus minutos. Y si no le pude responder a él, mucho menos a vosotros. Lo que no deja de ser extraño es que, ahora que tengo uno a mi izquierda y otro a mi derecha, el Tiempo se ha hecho mucho más tangible. Y hasta puede que me haya pasado como decía la publicidad: que el objeto acaba dominando al poseedor, o quizás (otra idea mucho menos televisiva pero posiblemente igual de cierta) que sea lo único que, a día de hoy, me tiene enamorada.


*(Por su pasado. Por su presente. Por nuestro futuro... Larga vida a esta bella maquinaria suiza)




5 comentarios:

Sara dijo...

sabía que lo harías... ni me molesté en decir nada :P (hace tiempo que sé que tienes la cabeza requete-dura)

*Pa dijo...

pue zí, para estas cosas soy bien sentimental =)

Anónimo dijo...

¡Ya lo tengo!
A ppios. de Marzo, mientras asistía a un tostón de curso formativo en Prevención de Riesgos Laborales, un compañero me preguntó la hora. Tras responderle, añadí una pregunta de curiosidad:
-"¿Por qué no llevas reloj, no te gusta?.
Él contestó que sí le gustaban, pero que el único que tenía se lo había regalado un antiguo amigo, y que tuvo una pelea tan grande con él que era capaz de no ponérselo por tal de no recordarle (a su amigo).
No entendí bien cómo se puede unir hasta tal punto un objeto material a una persona. Pensé y le dije:
-"Por mucho que no quieras volver a saber de esa persona, si el reloj te gusta (como era el caso), no creo q sea motivo para no usarlo, pero, en cualquier caso, siempre puedes regalármelo...".
Por último, él contestó:
-"(Risas). Cuando tenga tiempo lo voy a vender, porque lo que quiero es no volver a ver ese maldito reloj nunca más".
Me alegro de que tú no hayas actuado como este compañero.
P.D.: A mí tb me gustan los relojes.

*Pa dijo...

Al mío le tengo un cariño tal que, para que te hagas una idea, hasta pensé en comprar dos por si dejan de fabricarlo en algún momento!!He vivido tantos y tan buenos momentos que no me hago a la idea de llevar otro, por muy bonito que sea. Y pensar que en el momento en el que me lo regalaron no lo quise aceptar porque me parecía "demasiado"...

Mike dijo...

marca y modelo, por favor.