Antes de entrar en la sala le vendaron los ojos, probablemente para no correr riesgos. Un suave lazo le impedía situarse, saber hacia dónde debía dirigirse en caso de querer dar por terminada antes de tiempo aquello que llamaban "Terapia a Ciegas".
Si le preguntaran por qué llegó hasta allí, a un lugar que a simple vista cualquiera calificaría de "desesperados", a uno de esos lugares a los que la gente que se hace pasar por "normal" no va, seguramente Miriam pensaría que era una de esas preguntas demasiado largas de responder para alguien que muy probablemente no esté dispuesto a querer entender la respuesta. Y si ella estaba allí es porque ya no le quedaba nada que perder, y puede que a las malas sacara algo en claro, aunque sólo fuera el hecho de que aquello no había valido para nada.
Estaba sentada en lo que parecía una vieja silla de madera. Las manos libres, marcharse o no era algo que dependía sólo de ella. No había ido para ser castigada, ni juzgada, si no para ser libre.
A pesar del secretismo, no estaba asustada. No sentía miedo. De éso estaba segura. Quizás tenía dudas, pero miedo no. Su respiración era tranquila. Se dijo que ya había pasado por cosas peores, cosas que la aterrorizaron, y que ésto, al fin y al cabo, no sería para tanto. Lo mismo hasta salía riendo de aquel lugar
Al estar en ese estado de ceguera pasajera, el resto de sus sentidos se dilataron, como ya lo hicieron una vez por simple supervivencia, como lo hacemos todos cuando algo nos dice que el peligro en cualquiera de sus multiples formas merodea a nuestro alrededor, que no lo vemos, pero lo olemos, lo intuimos, lo presentimos, y hacemos del "ver para creer" algo pueril y de poca ayuda.
En cualquier caso no había hecho caso del anuncio para ver nada ni a nadie, lo que le quedó aún más claro cuando de nuevo unas manos rápidas, acostumbradas, le apretaron un poco más la venda, sin llegar a hacerle daño, sólo haciendo aún más negra la oscuridad.

- ¿Estás lista? (le dijo en forma de susurro una voz de mujer)
- Sí, sin duda.
- Bien, cuando quieras (Miriam fue capaz de dislumbrar una sonrisa que la apoyaba, dándole ánimos, como si aquella voz ya hubiera estado antes en esa misma silla).

A pesar de su aplomo y seguridad, dejó pasar varios minutos antes de volver a emitir sonido alguno. De pronto, de sus labios finos emanó una inesperada inquietud, sonrieron tímidos.

- Estoy aqui porque no tengo nada que decir.

Esperó a que aquella voz tranquila la interrumpiera. Esperaba un reproche, una burla irónica, pero ninguna voz se pronunció, lo que le dio ganas de retomar la palabra.

- Es verdad, puede que le sorprenda pero le aseguro que estoy aqui porque no tengo nada que decir. La calma y el sosiego han entrado en mí a fuerza de haberles llamado a gritos, creyendo que era lo que necesitaba, y ahora no lo soporto, no sé qué papel juego en mi propia vida...

Miriam hizo una pausa, pero pronto entendió que una vez más nadie hablaría. Lo que no se imaginaba es que había casi una decena de hombres y mujeres alrededor de ella, en su misma situación, con vendas similares, con la única diferencia de que ellos, al oir su voz, supieron que no estaban solos en su locura mucho antes que ella, pero ninguno de entre ellos sería capaz de calcular cuántos timbres de voz distintos llegarían a escuchar. Alguno se sintió aliviado por el hecho de no ser el primero, debió haber también quién no esperara compañía en aquel lugar remoto. Al parecer no estaban tan solos como podían haber imaginado en un principio.
Miriam prosiguió, esta vez con más ganas.

- Creía que quería paz, que la necesitaba. La busqué, durante meses la deseé con todas mis fuerzas... y ahora que siento que impregna todo, cosa que debería hacerme sentir satisfecha, me desagrada. Me ha dejado sin fuerzas. No sé si es que he recibido una dosis demasiado alta o si es mi cuerpo el que tiene intolerancia a la tranquilidad...

Fue al oir el rechino de maderas, seguramente por parte de aquellos a los que les empezaba a molestar la incomodidad de sus asientos, removiéndose, cuando se dio cuenta de que no estaba sola, aunque ésto no le impidió proseguir.

- Supongo que he venido porque hay algo en mí que no consigo entender... Tengo el corazón latiéndome a un ritmo que considero demasiado lento. Y no es el amor lo que me falta, éso es algo que he decidido que no quiero, al menos no ahora. No tendría sentido enamorarse, en cualquier caso no en estas circunstancias. ¿Se imaginan? ¿A mi edad?

Se ajustó la venda. Empezaba a darle calor, a resbalarse. Quizás según se iba sincerando le iban entrando los nervios. Inspiró profundamente, tras lo que retomó su discurso.

-Dígame. Díganme. Yo sólo quiero saber, y me ire... pero respóndanme ¿Qué sentido tiene esta impaciencia?. ¿Es un juego? ¿Una lucha? ¿Una prueba?. ¿Un desafío? ¿Un reto? ¿Una incoherencia? ¿Algo que echo en falta? ¿Un sueño? ¿Un develo quizás?

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